3º acto de Mi vanidad de Elena Gómez Dahlgren

Tercer acto de Mi vanidad, de Elena Gómez Dahlgren

Por Juan Castro y Sergio Meijide

El pasado viernes 26 de enero tuvo lugar en Aire centro de Arte la tercera fase del proyecto artístico de Elena Gómez Dahlgren titulado Mi vanidad. Antes de comenzar la acción, lxs asistentes fueron entrando tímidamente, en silencio y con la atención puesta en las distintas estructuras colocadas estratégicamente en el espacio. Entre ellas se encontraba la propia artista, tumbada en una esquina de la sala con los pies en alto y cubierta con una de las piezas-miriñaque realizadas. El objetivo de la performance era reflexionar sobre cómo los bienes materiales generan en nosotros un falso apego por los objetos, un comportamiento consumista que nos lleva a acumular sin razón alguna. Los miriñaques son el reflejo de esta idea, elaboradas estructuras con prendas de ropa unidas entre sí, cuya principal pretensión es la ostentación. Aunque estos antiguamente estuviesen ocultos a la vista, en este caso las costuras que unían las telas iban por dentro, ya que la vanidad es algo que gestamos desde nuestro interior para luego exteriorizarla a través de nuestros gustos o vestimenta.

Tras unos momentos de incertidumbre dio comienzo la performance, en la que diferentes personas voluntarias se vistieron con los miriñaques, que una vez exhibidos fueron descosidos por el resto de asistentes. Deshacer las estructuras tejidas por la artista fue la forma de liberar de su vanidad a las piezas, pues la tela utilizada para envolverlas pertenecía a prendas que, una vez separadas del miriñaque, podían recuperar su funcionalidad. Durante el proceso de creación la ropa utilizada se había puesto al servicio de la vanidad, pero el volver a su estado primigenio permite que sea posible darle un nuevo empleo, donándola de forma desinteresada a una ONG.

En el desarrollo de la acción uno de nosotros se ofreció como voluntario para cubrir su cabeza con una de las piezas, y la experiencia fue totalmente acorde a lo ya comentado, pues con ese aparatoso tocado era complicadísimo ver qué estaba pasando. El estar ciego por la vanidad pasó de ser un concepto a convertirse en una experiencia sensitiva real, que terminó precisamente cuando la ropa fue descosida y quedó solo el soporte.

¿Quedaron entonces las estructuras libres de su vanidad cuando se les quitó aquello que las hacía vanidosas? Al terminar la acción los miriñaques permanecieron, ya sin tela, expuestos en el espacio de la performance, y posteriormente fueron colocados en la escalera exterior, ¿no es ésta otra forma de vanidad? ¿Podemos librarnos realmente de esa imposición social? Elena comentaba, al cerrar esta fase del proyecto, que el miriñaque más pequeño de todos era también el más mentiroso, porque lxs niñxs no pueden albergar esa soberbia; pero, ¿acaso cuando somos pequeños podemos elegir qué y cómo vestir? ¿No sería la vanidad de nuestros mayores la que se ve reflejada en ese miriñaque? Todas estas preguntas siguen rondando en nuestra cabeza desde el viernes, y eso es algo positivo, pues es la ausencia de cuestionamientos como éste lo que nos lleva a aceptar una sociedad materialista dominada por la necesidad de coleccionar sin sentido. Lo que nos enriquece no es poseer, sino pensar.

La vocación del proyecto era la donación del dinero y la ropa recaudada a una ONG. Finalmente se destinó a Cáritas por su proyecto Vagalume, para las mujeres en situación de exclusión social.

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